domingo, 30 de noviembre de 2014

Masterchef

Normalmente olvidamos todo lo buena que es la vida con cada uno de nosotros. Por más que tengamos una familia sana, unos hijos preciosos, un trabajo fijo... siempre hay algo que nos hace sentirnos incómodos en nuestra piel, que pone de manifiesto un hueco en el alma, un vacío. 
Si no eres de estas personas ¡felicidades! Eres casi un ser iluminado. 
Los demás mortales, nos enfrascamos en la búsqueda del elemento causante de tal dislate, y volcamos nuestra energía en quejarnos de lo que no somos, tenemos o sentimos. 

Si seguimos la singladura de este comportamiento, observaremos que entonces, una vez aprehendido y fijado a a fuego en nuestra conciencia la creencia de que nuestra vida no es como la habíamos imaginado, usamos toda nuestra energía para radiografiar las circunstancias que nos rodean, para ver cuál es la que origina nuestro sufrimiento. 
Y la verdad es que encontramos algunas. Siempre hay algo que justifique nuestro malhumor, nuestro entrecejo fruncido, nuestra queja. 
Sin embargo, estamos buscando en el lugar equivocado. Siempre hacia afuera. Y las respuestas, al menos todas las que yo he encontrado, se encuentran dentro. 

Mi batalla es contra el estrés. Por ponerme como ejemplo. El estrés una buena excusa para explicar mi malestar, porque se puede aplicar a todos los aspectos de mi existencia: el instituto donde mis alumnos no hacen lo que espero; en la jefatura de estudios donde encuentro compañeros que hablan idiomas diferentes; en casa donde las niñas, que están creciendo, buscan su modo de expresión, que por supuesto no va a ser el mío; en mi familia que arrastra problemáticas que a mis ojos podrían ser liberadas; en mis relaciones, donde descubro que mis amigos a veces no funcionan como espero...
Pero todo responde a una misma conducta: yo quiero que los demás hagan lo que yo quiero que hagan. Y la mayoría de las veces es porque creo que es bueno para ellos. Pero no conseguirlo por más que lo intente, me produce estrés.

El caso es que mis dos maestras más grandes, Mariana y Silvia, me prescribieron, en sincronía, una medicina natural para el alma: sí o sí tengo que ELEGIR SENTIRME BIEN. 
Como soy obediente desde que nací, me puse a ello. No sé cuánto tiempo llevo intentándolo, pero empiezo a sentir los cambios. 
Vamos a ver. ¡Nada ha cambiado en mis circunstancias! Mis alumnos siguen siendo lo que son, los profesores siguen teniendo criterios dispares a los míos, mis hijas siguen creciendo mientras buscan su lugar, mi familia soporta lo mismo, y mis relaciones siguen funcionando independientes a mis deseos. Todo es igual. Pero yo me siento mejor

¿Qué estoy intentado hacer? Os paso mi receta, debe ser tradicional, pero está muy olvidada: 

Pensamientos en almíbar

1. Se coge la conciencia y se despierta. Uno debe estar atento a los pensamientos y sentimientos. Hay que revisarlos concienzudamente para tirar, en la basura orgánica, las mondaduras amargas de la mente.

2. Para esta selección de productos frescos y desecho de los podridos, hay que aleccionar a la mente con la frase de  Conny Mendez para estos menesteres: "No lo acepto, la verdad de esta situación es....... Gracias Padre que me has oído".
Esto significa que si aparece un pensamiento negativo se proceda a rehogarlo con este decreto. Los puntos suspensivos son para poner un ingrediente positivo en lugar del deteriorado que vamos a desechar. Si a alguien no le gusta la salsa teísta, siempre puede sustituirla por otra más especiada y exótica, tal como "Universo" (Gracias al Universo que me ha oído). El caso es no olvidar espolvorear de gratitud nuestra cazuela. 

3. Para cuando empiece a hervir la experiencia, aparecerán, -no pensamientos, generados por el cocinero-, sino circunstancias externas que pueden hacer aún más violenta la ebullición. Entonces es cuando hay que sazonar con Voluntad. Yo lo veo como una batalla, en la que ELIGES sentirte bien. Tienes que desespumar el caldo de impurezas, no permitir que tu energía se ensucie con la energía hostil de los demás. Para poder hacerlo sin tirar la espátula a alguien en la cabeza pasamos al punto 4.

4. Si alguna persona echó algo al puchero que pudiera estropear el sabor, hay que volver al primer punto de esta receta: despertar la conciencia. Con ella despierta, puedes distinguir entre el reaccionar y el responder. Reaccionas desde el instinto, respondes desde la conciencia. Si te haces observador constante de lo que ocurre, nunca reaccionas. Tu conciencia dicta respuestas sabias que solventan las dificultades desde la serenidad de tu sabiduría. Nadie te responde mal, porque nadie puede. Hablas de corazón a corazón y no existe en el amor posible confusión.  

5. Hay que dejar cocer todo a fuego lento… toda la vida. Es un constante entrenamiento. Primero entrenamiento mental para que no te conviertas en tu peor enemigo, y después entrenamiento relacional, para responder con amor a los que aún no conocen la receta.

6. Cuando esté todo bien cocido, hay que dejar reposar permitiendo a los ingredientes SER. Es decir, la receta es para hacerte responsable de ti mismo, y ese es tu trabajo. Luego hay que actuar de forma lo suficientemente humilde como para permitir que los demás sean, respetando sus procesos, aunque a tus ojos estén equivocados. Y mirarlos con compasión y cariño.

7. Finalmente emplatar en abrazos y servir templado,  adornando con sonrisas y mucho humor, que son el último bastión si todo lo demás falla.

¡Buen provecho! ¡Y Aléjate de toda negatividad a la hora de ingerir el alimento!