domingo, 11 de marzo de 2018

Yin Yan. 8 de marzo.


Hace varios años, mucho antes de saber nada de energía femenina, de la presencia de la diosa, de Glastonbury…, cuando sólo intuía y sentía como verdad ciertas cosas,  Pablo Fernández del Campo me explicó lo que hoy voy a contar aquí. Cuando acabó su relato me instó a que hiciera mío el mensaje y a que, fuera donde fuera, lo llevase conmigo, por necesario e imprescindible para la evolución humana. Y yo, que le creo en su humanidad y en su espiritualidad, me lo tomé en serio, pero nunca hasta hoy me había sentido audaz para transmitir su contenido.

Debo reconocer que la manifestación del pasado 8 de marzo me anima a que hoy lo escriba, pues me recordó que yo tenía un compromiso dormido sobre el teclado de mi ordenador. Así que intentaré transmitir la idea, desde mi respeto profundo a todas las mujeres que en este y en todos los países nos hemos manifestado buscando una igualdad que es justicia disfrutar.

La manifestación fue alegre y festiva. Yo me sentí feliz por ser mujer, y por tener dos hijas que van a vivir este despertar de la energía femenina, de esta consciencia de la fuerza imparable y necesaria de la mujer. Aunque estoy convencida de que no nos lo van a poner fácil. Para esta lucha son mis palabras.

Esto es lo que me contó Pablo, aderezado con mis vivencias y mis lecturas:

Existe un libro, Los círculos de piedra (Joan Dahr Lambert, ed. Biblioteca de bolsillo), y que da nombre a este blog, en el que se narra la historia de Zena, una mujer que hace un millón de años ya era consciente de su vinculación a la madre Tierra y de su responsabilidad de preservar la vida en este planeta. Desde aquella perspectiva prehistórica, en los albores de la conciencia del ser humano, se cuenta deliciosamente cómo el hombre consideraba a la mujer casi un ser divino. Atónito, observaba cómo se abultaba su vientre y tras nueve lunas era capaz de generar una nueva vida. Entonces era respetada y cuidada como el milagro que era capaz de operar.

Después, con el desarrollo de la mente, y a través de la observación, el hombre se dio cuenta de la necesaria aportación masculina para obrar ese milagro. Entonces se perdió la magia y también la conciencia que permitía a lo femenino existir sin trabas. Empezaba la era de la ley del más fuerte. 

Desde aquel inicio de la humanidad se han sucedido sociedades patriarcales una tras otra, con similar desarrollo y fin. De hecho, ha sido el patriarcado el que ha dominado la escena evolutiva y comportamental prácticamente desde entonces. Los escasos intentos matriarcales se diluyen entre la realidad y la leyenda, como es el caso de las Amazonas o la existencia milenaria de Diosas femeninas vinculadas a la Tierra a las que se dedicaban ritos ancestrales, como en Ávalon. Escondido en la categoría "mito", el matriarcado se confina a  lo ilusorio o imposible. 

Hoy en día arrastramos siglos y siglos donde es lo masculino lo que manda y decide. La distorsión de esa energía junto a una nula presencia de lo femenino, condenado al ostracismo con alevosía y a veces hasta con violencia, han dado como resultado, sólo en el último siglo, dos guerras mundiales, cientos de guerras civiles, violencia de género, desconexión del espíritu, materialismo descarnado, pobreza, desigualdad, desarrollo industrial y tecnológico descontrolado, daño medioambiental…

Pero todo esto no es sino reflejo de lo que ocurre en nuestro propio interior. Somos producto de dos conceptos opuestos, los cuales nos conforman: lo masculino y lo femenino. Usaremos la terminología procedente del Tao y de la filosofía china, cuyo significado simplificamos para ayudar en vuestra comprensión: el yin y el yan.

Se refiere el yin a lo femenino, a la intuición, a la luna y es de carácter pasivo. Mientras que el yan es lo masculino, el sol activo, la fuerza, la convicción en el hacer. La tierra es yin, el cielo es yan.
Estos dos principios nos conforman y deben confluir en cada ser de forma equilibrada.
Según esto, si eres mujer predomina el yin, pero tu lado yan no puede estar en distorsión, ni por exceso ni por ausencia. Lo mismo ocurre en el hombre, quien es mayoritariamente energía yan, pero si olvida o distorsiona su energía femenina rompe su armonía y su vida se realiza desde esa carencia.
Las circunstancias que se derivan de esos desequilibrios explican todos los desastres relacionales en los que nos sumimos.

En el hombre, en grado máximo, da lugar a maltratos, abusos, violencia… Pero en el día a día se traduce en una carencia de respeto ante lo femenino, pues al no aceptarlo y atenderlo en sí mismo, no lo aplica tampoco a las mujeres con las que se relaciona. Entonces aparecen actitudes de posesión, de control, de abuso de poder, etc. A veces se hacen evidentes, pero otras se trata de una acción sutil que no encuentra palabras fáciles para describir por parte de las mujeres que las sufren. Hombres y mujeres sienten un vacío inexplicable, pero como la mujer, por naturaleza, es quien se cuestiona, lo siente más punzante.  Aunque perjudica a ambos por igual.

En el caso de la mujer, durante años se ha tenido la parte yan soterrada, amordazada, completamente prohibida por la sociedad, y por ende, mal vista. Es por ello que hay tantas historias de mujeres que renunciaron a sí mismas en nombre de un servicio que llevamos tatuado en la piel por generaciones, imbuido tanto por la fuerza de lo restrictivo procedente de los hombres (leyes, imposiciones, etc.) como por nuestras madres, abuelas y bisabuelas, quienes lo vivieron como la única opción posible.  

Pero ocurre otra circunstancia, y es que la mujer, de tanto luchar por ser quien es, consigue despertar su lado yan también de forma desatinada, y es entonces cuando abandona su yin y adopta las mismas distorsiones que el hombre en un yan exagerado: maltrata a lo masculino, confunde el desarrollo laboral con la voracidad de una ambición insana, asume actitudes violentas como método de resolución de conflictos, permite que su ego dirija su vida… O sea, que acaba reproduciendo lo mismo contra lo que lucha.

Lo que se persigue en cada evolución del ser es la armonía. Por tanto, ambos principios están presentes en cada humano, y como ya hemos descrito, cada género debe mantener su otra parte en equilibrio.
Esto no se opone a la individualidad del ser, antes bien la explica y dirige. Cada existencia está llamada a honrar su individualidad. Esta individualidad adquiere todo su significado cuando eres uno en tu yin-yan. Y es desde esa cualidad de “completo”, desde donde puedes relacionarte con el resto de humanos, sean estos hombres o mujeres. Tu propia armonía dirigirá tus relaciones con los demás, logrando así la otra parte de desarrollo de tu alma: ser uno con todos.

El mensaje para la mujer pretende ser un gran impulso para que se desarrolle y libere de cualquier opresión, que luche como walkiria si es necesario. Pero que atienda a lo masculino como deberíamos atender a toda la vida en todas partes: desde el AMOR.
Hay muchos hombres, ¡cada vez más!, que están comprometidos con su desarrollo personal y con la búsqueda de su equilibrio interno. En ese mágico proceso en que el hombre adquiere consciencia de lo femenino que hay en él y de que es necesario luchar por el equilibrio de ambas fuerzas a nivel planetario, necesitan nuestra ayuda. Y esa ayuda es comprensión, apoyo, paciencia, consejo… y nuestro propio crecimiento y equilibrio. Ellos están siendo la avanzadilla que, junto a la fuerza de las mujeres, instaurará la energía femenina en el lugar en el que debe estar. No emprendamos una guerra contra el hombre. Aunemos los esfuerzos para lograr otro paisaje.

Si ves a un hombre llorar, dudar, sucumbir, reconocer su debilidad, expresar emociones, sentir miedo, ¡alégrate, mujer!, está produciéndose el equilibrio. Y aunque él no lo sepa, ese proceso le hará más fuerte, más grande, como ocurre a todo bicho viviente que se atreve a mirar dentro de sí, con la esperanza de salir de ese hueco insondable que nos mantiene aislados a unos de otros.

Me decanto por la fe en el equilibrio. Con toda la fuerza de la mujer que soy.

Con cariño, para todas las mujeres y hombres que se manifestaron el 8 de marzo (y para las que sus circunstancias les impidieron hacerlo).

domingo, 4 de marzo de 2018

Una Acción Tutorial cualquiera


Me gustaría recuperar la costumbre de escribir. Es un vehículo único para dar cabida a las ilusiones inconclusas, a los deseos postergados, a las búsquedas interminables como en las que me veo inmersa constantemente. Son un vicio.  Y como esto parece no tener un final concreto -lo cual es bueno porque significa que tengo la esperanza de vivir muchos años más-, necesito este espacio para ser y transmitir cuando sienta que lo que soy merece la pena.


Hoy me parece más que divago. Pero pese a la aparente complejidad de esta introducción, creo, - y siento- que tiendo a lo sencillo. Mi compañera y amiga Mª Dolores S. K., que tiene la manía de escucharme cuando hablo, me devuelve mis argumentos con mucho más acierto y cordura  que muestran cuando salen de mi boca. Ella me dice que soy compleja, y yo abro mis ojos marinos rindiéndome a la evidencia. Es cuando recompongo y busco la forma más rápida de unir dos puntos: la línea recta. Entonces me doy cuenta, lo mío acaba siendo sencillo.
Cuando por fin logro expresar algo con sentido y fundamento, nos reímos agradecidas, ella por las locuras luminosas que genero casi sobre la marcha, y yo de la inteligencia madura y firme con la que ella me sostiene y me recoloca en mi vida. Y así termina la hora en la que íbamos a preparar materiales sin haber escrito una sola idea. Nos vamos a casa dejando para algún improbable “luego” las actividades de la Acción Tutorial.

A ninguna nos pesa, pues sabemos que esa Acción Tutorial que llevamos construyendo tres años es fruto de dos árboles mágicos que necesitan respirarse y darse sombra mutuamente. Esos árboles somos ella y yo.

Mª Dolores lleva 4 años en mi centro, así que sólo precisamos de uno para encontrarnos en toda nuestra humanidad, docentes perdidas, ebrias de tantos valores humanos y crecimiento personal. Nuestros alumnos saben que somos de un bosque diferente. Quizá deberíamos regentar otro tipo de negocio, aunque siento que daría lo mismo pues nos sentiríamos igualmente de otro planeta, ni mejores ni peores, pero sí con las raíces en un lugar más incómodo que el resto.  

El caso es que, en este paradójico ambiente, buscando la sencillez educativa en la profundidad más compleja de nuestras propias almas, estamos creando un camino para el alma adolescente al que hemos llamado “Constructores del Mundo” Se trata de un acercamiento al alumnado que nos encanta, así, a bocajarro hacia su pequeña existencia repleta de dramas aparentemente irresolutos.
Y los alumnos lo aceptan todo, demostrándose ávidos de esos buceos trastornados a los que los sometemos. Se revuelven, incomodan, cachondean, abaten, pero siempre, ¡siempre! emergen ilusionados, más grandes, más sabios y más humanos.

Faltan algunas semanas para que los padres y madres vuelvan con nosotras a las aulas. Las experiencias del curso pasado fueron fantásticas, y ya andan ellos esperando el día con ganas. Buscan también la sombra fresca que los anime en la difícil tarea de educar. Vienen arremangados a trabajar, dispuestos a todo, incluso a sorprenderse consigo mismos si hace falta. Son padres y madres valientes quienes nos apoyan.

En fin, se trata de un proyecto que va componiéndose a medida que los alumnos van cumpliendo años. Creo que tendrá un buen fin, el cual, como siempre ocurre en Educación, no veremos nosotras. Lo que sí que vemos es que creemos con todo el corazón en lo que hacemos, y esa es nuestra energía, la cual tiene la vocación de contagiarse.

Muchas gracias a todos los compañeros, directivos y de a pie, que nos apoyan y ayudan, también a los que nos aguantan con estoicismo. Todos nos respetan. Nos sentimos agradecidas de estar en un entorno en el que se nos permite desarrollar lo que somos: unas buscadoras de la excelencia educativa, donde el alumno en todo su SER es el protagonista.

 Lo que te digo, docentes perdidas.

¡Gracias, Mª Dolores, compañera!