Normalmente olvidamos todo lo buena que es la vida con cada uno de
nosotros. Por más que tengamos una familia sana, unos hijos preciosos, un
trabajo fijo... siempre hay algo que nos hace sentirnos incómodos en nuestra
piel, que pone de manifiesto un hueco en el alma, un vacío.
Si no eres de estas personas ¡felicidades! Eres casi un ser
iluminado.
Los demás mortales, nos enfrascamos en la búsqueda del elemento
causante de tal dislate, y volcamos nuestra energía en quejarnos de lo que no
somos, tenemos o sentimos.
Si seguimos la singladura de este comportamiento, observaremos que
entonces, una vez aprehendido y fijado a a fuego en nuestra conciencia la creencia de que nuestra vida no es como la habíamos imaginado, usamos toda
nuestra energía para radiografiar las circunstancias que nos rodean, para ver
cuál es la que origina nuestro sufrimiento.
Y la verdad es que encontramos algunas. Siempre hay algo que
justifique nuestro malhumor, nuestro entrecejo fruncido, nuestra queja.
Sin embargo, estamos buscando en el lugar equivocado. Siempre
hacia afuera. Y las respuestas, al menos todas las que yo he encontrado, se
encuentran dentro.
Mi batalla es contra el estrés. Por ponerme como ejemplo. El estrés una buena excusa para explicar mi
malestar, porque se puede aplicar a todos los aspectos de mi existencia: el
instituto donde mis alumnos no hacen lo que espero; en la jefatura de estudios
donde encuentro compañeros que hablan idiomas diferentes; en casa donde las
niñas, que están creciendo, buscan su modo de expresión, que por supuesto no
va a ser el mío; en mi familia que arrastra problemáticas que a mis ojos
podrían ser liberadas; en mis relaciones, donde descubro que mis amigos a veces
no funcionan como espero...
Pero todo responde a una misma conducta: yo quiero que los demás
hagan lo que yo quiero que hagan. Y la mayoría de las veces es porque creo que es bueno para ellos. Pero no conseguirlo por más que lo intente, me
produce estrés.
El caso es que mis dos maestras más grandes, Mariana y Silvia, me
prescribieron, en sincronía, una medicina natural para el alma: sí o sí tengo que ELEGIR
SENTIRME BIEN.
Como soy obediente desde que nací, me puse a ello. No sé cuánto
tiempo llevo intentándolo, pero empiezo a sentir los cambios.
Vamos a ver. ¡Nada ha cambiado en mis circunstancias! Mis alumnos
siguen siendo lo que son, los profesores siguen teniendo criterios dispares a
los míos, mis hijas siguen creciendo mientras buscan su lugar, mi familia
soporta lo mismo, y mis relaciones siguen funcionando independientes a mis
deseos. Todo es igual. Pero yo me siento mejor.
¿Qué estoy intentado hacer? Os paso mi receta, debe ser tradicional, pero está
muy olvidada:
Pensamientos
en almíbar
1. Se coge la conciencia y se despierta. Uno debe estar atento a
los pensamientos y sentimientos. Hay que revisarlos concienzudamente para
tirar, en la basura orgánica, las mondaduras amargas de la mente.
2. Para esta selección de productos frescos y desecho de los
podridos, hay que aleccionar a la mente con la frase de Conny Mendez para estos menesteres: "No
lo acepto, la verdad de esta situación es....... Gracias Padre que me has
oído".
Esto significa que si aparece un pensamiento negativo se proceda a
rehogarlo con este decreto. Los puntos suspensivos son para poner un ingrediente positivo en lugar del deteriorado que vamos a desechar. Si a
alguien no le gusta la salsa teísta, siempre puede sustituirla por otra más especiada y exótica, tal como "Universo" (Gracias al Universo que me ha oído). El caso es no
olvidar espolvorear de gratitud nuestra cazuela.
3.
Para cuando empiece a hervir la experiencia, aparecerán, -no pensamientos,
generados por el cocinero-, sino circunstancias externas que pueden hacer aún más
violenta la ebullición. Entonces es cuando hay que sazonar con Voluntad. Yo lo
veo como una batalla, en la que ELIGES sentirte bien. Tienes que desespumar el
caldo de impurezas, no permitir que tu energía se ensucie con la energía hostil
de los demás. Para poder hacerlo sin tirar la espátula a alguien en la cabeza
pasamos al punto 4.
4.
Si alguna persona echó algo al puchero que pudiera estropear el sabor, hay que volver
al primer punto de esta receta: despertar la conciencia. Con ella despierta,
puedes distinguir entre el reaccionar y el responder. Reaccionas
desde el instinto, respondes desde la conciencia. Si te haces observador
constante de lo que ocurre, nunca reaccionas. Tu conciencia dicta respuestas
sabias que solventan las dificultades desde la serenidad de tu sabiduría. Nadie
te responde mal, porque nadie puede. Hablas de corazón a corazón y no existe
en el amor posible confusión.
5.
Hay que dejar cocer todo a fuego lento… toda la vida. Es un constante
entrenamiento. Primero entrenamiento mental para que no te conviertas en tu
peor enemigo, y después entrenamiento relacional, para responder con amor a los
que aún no conocen la receta.
6.
Cuando esté todo bien cocido, hay que dejar reposar permitiendo a los
ingredientes SER. Es decir, la receta es para hacerte responsable de ti mismo,
y ese es tu trabajo. Luego hay que actuar de forma lo suficientemente humilde
como para permitir que los demás sean, respetando sus procesos, aunque a tus ojos estén
equivocados. Y mirarlos con compasión y cariño.
7.
Finalmente emplatar en abrazos y servir templado, adornando con sonrisas y mucho humor, que son
el último bastión si todo lo demás falla.
¡Buen
provecho! ¡Y Aléjate de toda negatividad a la hora de ingerir el alimento!
Muy buena receta!
ResponderEliminarYa, en el libro de cocina parece fácil... Pero no sé cuántas comidas he quemado ya. Aún así hay que seguir intentándolo. Alguna vez daré con el punto de cocción.
EliminarGracias.
Que bonica eres!!!!
ResponderEliminarQ gusto da leerte y cuanto m queda por perfeccionar. Gracias por esa receta maravillosa
ResponderEliminarPor cierto sale el antoñito pero soy Almu
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