sábado, 13 de septiembre de 2014

Cuando los árboles hablan

O Anllóns es un amable río que cruza el casco urbano de Carballo. Agosto ha sido, para mi familia y para mí, un mes gallego. Los últimos días de vacaciones estuvimos alojados con Manel, un sorprendente anfitrión. En nuestras excursiones pudimos disfrutar del intenso azul y la imponente roca de la Costa da Morte y me sentí como en casa. Siempre, desde la primera vez que la pisé, he sentido a Galicia como un lugar querido y hospitalario, una segunda patria. Aunque en esta ocasión, la realidad superó con creces las expectativas. 
Uno de los días de nuestra estancia, decidimos descansar y dedicar la mañana a pasear por la ciudad de nuestro amigo. Recorrimos sus calles identificando en ellas las huellas de su vida,  hasta que guiados por anécdotas y recuerdos, acabamos dando un paseo junto al río. 
Siguiendo su ribera se puede huir del hormigón  y adentrarse en la naturaleza en apenas unos pasos. En un momento dado, el  itinerario se abre dando lugar a una pequeña arboleda de especies diversas. Y allí, unos árboles muy jóvenes, de tronco liso y suave, se mecían vehementes incapaces de hacer frente a la breve ventisca que aparecía a ratos. Mi hija Diana se acercó a uno de ellos, puso el oído sobre la madera y se sorprendió:
“¡Oye, mamá! Poned aquí la cara”
Conocedora como soy, de que la mayor sabiduría e intuición de todo el planeta está en manos de los niños, acudí veloz a uno de esos árboles para escuchar lo que ella estaba escuchando, segura de que el descubrimiento merecería la pena. Cuando el viento movía la copa del árbol, su interior crujía intentando dar un mensaje, o eso quise creer. El chirriar de las ramas se escuchaba desde dentro, como si de su lenguaje interno se tratara, como si algún tipo de acontecimiento estuviera teniendo lugar en el corazón mismo del tronco.
Cerré los ojos. Fue un momento mágico. El sonido de las hojas intentaba, sin conseguirlo, apagar la contundente verborrea del árbol en su interior. A veces sentía que intentaba decirme algo, otras se mezclaban tantos quejidos que parecía más un barco abandonado de los que entregaron su alma a la costa, yaciendo al arbitrio de unas olas cansadas.
Abrí los ojos. Ahí estábamos los cinco, cada uno con su árbol, intentando descifrar el lenguaje sordo de la madera viva. Sonreí feliz.
....
Aquella anécdota me ha dado mucho que pensar, por lo intensa, por lo bella, por lo sencilla…
En este momento de mi vida, considero que cualquier acontecimiento en ella es un maestro. Inmediatamente descubrí también el paralelismo de esa vivencia con la práctica de la meditación. Ando absorta en una investigación personal sobre las emociones, sobre mis emociones. Si controlar la mente es ya un trabajo ingente para este ser pensante que soy, cuando llega la emoción desbocada absorbe mi energía robando, literalmente, toda mi voluntad. Se me hace evidente la necesidad de contar con ella si realmente quiero realizar una práctica meditativa útil para mi crecimiento personal.

Aunque sigo pensando en el alcance de mi hallazgo, deseo poner en palabras lo que ahora barrunto. Digamos que empezamos escuchando las hojas de las copas. Es decir, los pensamientos. Observarlos es ver cómo se producen a propósito de acontecimientos externos (la ventisca). Ya he experimentado que observarlos te desidentifica de ellos y te libera. Primer gran paso para empezar a conectar con tu presencia interna: darte cuenta de que no eres lo que piensas, sino mucho más.

Pero tampoco eres lo que sientes. Así pues, creo en el hecho de que existe un segundo paso en proceso de observación y es ahí donde entran las emociones. Tras las hojas, hay que escuchar el tronco, hay que situarse en otro "lugar". No solo es el sonido de las copas movidas por el viento, sino la música del interior, movida por las emociones, a lo que debo orientar además mi atención. Si no acerco mi oído al tronco, (si no realizo el esfuerzo de reconocer lo que acontece en el interior de mi cuerpo emocional) no percibo la verdad del acontecimiento. El descubrimiento al asomarse puede doler, es cierto, pero la ignorancia es peor compañera.

Cuando los árboles hablan, debo escucharlos. No puedo quedarme en la mágica danza de las copas, sino abundar, con coraje, en los sonidos que se emiten desde el centro mismo de su alma. O el mensaje me llegará incompleto, a retazos, apenas un boceto...



1 comentario:

  1. Me parecen muy interesantes tus vivencias y la forma tan bonita en que algo tan banal le das esa mistica que te engancha. Yo pienso que las emociones son la respuesta de nuestro cuerpo a los pensamientos buenos, malos o regulares. Los pensamientos nunca nos dejan indiferentes, es verdad, no somos lo que pensamos, somos como metabolizamos esas emociones con nuestra conducta en nosotros. Por eso los mismos pensamientos pueden causar opuestas emociones hasta en la misma pensona. Muy complicado todo. Rmn

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